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Esto no es queso

       Agobiada por el hostigamiento de la feliz frase «lo que importa es el camino» decidí no retrasar más lo que en algún momento llegó y resultó inevitable: ser así. La única manera de combatirlo que encontré es compartir manotazos de lo que –sólo a veces– puedo cachar para descifrar.              

 

       Nací en un planeta con cinco mil millones y medio de personas, una familia grande y en casa suburbana. Mi mamá duerme en el piso los días de calor infernal y papá entra más leña en invierno. Soy socialista de cuna, científica de joven y nada de vieja. Me encanta la palabra elucubrar, soy poliglota, y sin embargo, a menudo invento palabras que no existen en ningún sitio. Grito los goles bien fuerte y nunca erré un penal. Me apasiona más que todo la realidad. Disfruto del mayor placer, y vivo convencida de que la más grande obra es y será ser madre. Detesto los sensacionalismos, excepto los propios, claro. Todavía no decidí si soy atea o qué cosa soy, pero por ahora sólo creo en las personas. Tengo una grave tendencia a exagerar y un estrepitoso miedo a olvidar. Conjugo en un mismo ser lo peor de Mónica Geller y de la abuela Teresita, pero no sus bondades. Admiro en secreto, y en partes, a Frida Kahlo, Janis Joplin, Roal Dahl y Willie Batista.               

        

         Leí o escuché que la parafernalia es el conjunto aparatoso de elementos que rodean a algo. Exactamente yo. Y así nace este espacio parafernálico, como todo aquello innecesario, inútil, redundante, superfluo que atesoro para reflexionar sobre la realidad y que me encantaría orear.   

         

        Estimo con un alto grado de confiabilidad que poco de lo que digo es cierto. Queda usted debidamente informado.

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