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La naranja alada que quiso ser pomelo

  • Foto del escritor: Clara Cerrotta
    Clara Cerrotta
  • 5 ene 2013
  • 1 Min. de lectura

Un olvido, dos errores y tres descuidos hacen añicos un reloj de cristal, y entonces, llegas para dilucidar la punta de este hilo enigma por donde empezar a tirar.


Duele. Pero no tanto, ¿y entonces? Entonces, sacás un turno, te dan un turno (en el horario que no podés), luego te cambian el turno, vas a tu turno, nadie te atiende, sacás otro turno (otro horario que no podés), vas a tu turno, esperás lo indebidamente prolongado, alguien te atiende, te receta tu receta, te deriva a tu deriva, vas a tu siguiente turno, pagás lo indebidamente costoso, finalmente esperás lo indebidamente apropiado ¡y listo!: tenés anteojos para tus ojos ciegos bien abiertos (sí, así de fácil es). La respuesta siempre correcta es casi siempre poco útil. Persuasión en situación de equivocación sin visión de solución es desolación.


Pues aprenda a usar sus anteojos nuevos. Vió pomelo y en realidad era naranja, y encima tenía alas para llegar volando. Era tan simple, si tan solo hubiera tenido sus anteojos bien clavados a nariz.



 
 
 

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